Este trabajo me hace feliz – Fundación Crecer

Este trabajo me hace feliz

Mayo / 2019

Marcelo Huenchun tiene 56 años y es panadero desde hace 35. Llegó desde Temuco a Santiago para vivir con familiares cuando era niño y ahora tiene su propia amasandería. Su negocio no solo le ha permitido sacar adelante a su familia, sino que además es su pasión.

Marcelo es miembro del Banco Comunitario Triunfadores de Huechuraba.

Me vine porque en el campo la escuela rural llegaba hasta 4° o 5° Básico. Yo tenía súper buenas notas en el sur. Llegué a vivir con un hermano en Providencia. Entré acá a un colegio particular de un padrecito, pero el estudio era súper avanzado. Nada que ver con lo que había allá en el sur, ahí reboté. Me fui a un colegio público, después tuve problemas y no pude seguir estudiando ahí. Estudié, pero en la nocturna hasta 3° Medio. Hasta ahí llegué.

Un caballero que trabajaba en una sastrería me dijo: “Marcelo ¿no quieres aprender esto?”. Yo no sabía nada, pegar botones, nada más. ¡Empecé y me gustó! Planchaba las telas con unas planchas así de grandes, pesaban como cinco kilos. El sastre era importante porque le hacía trajes a puros embajadores, tenía buenos clientes y cobraba bien. Ganaba plata, ganábamos todos.

Hice un curso en el DUOC y saqué mi título como confeccionista. Después, desde el 82 al 83 hubo una baja, funcionaba todo mal, cerraron todas las fábricas. Estaba pololeando con mi señora, busqué trabajo pero no había y volví para el sur. El 86 volví a Santiago para ver cómo estaba el trabajo. Iba caminando por Gran Avenida y de repente vi un aviso que decía “se necesita panadero, ayudante de panadero”.

Era una pastelería chiquitita, no había máquina para revolver y había que revolver a mano en un fondo.

En ese tiempo mi sueldo mensual era como de 18 mil pesos. Empecé a mirar por otro lado para ganar un sueldo como corresponde. Yo trabajaba apatronado en otra panadería, pero con la mentalidad de que algún día iba a tener mi propio negocio.

Por eso mismo, comencé a comprar mis cosas poco a poco, todo de segunda mano. Este local que tengo ahora lo encontré por un aviso. Tenía que aprovechar porque este local es chiquitito, pero es bueno y me vine para acá casi con los ojos cerrados. Con poquito capital, pero como ya tenía las maquinarias, pude instalarme.

La familia de mi cuñada pertenecía a la Fundación Crecer. Me dijeron: “Hay una fundación que ayuda a los pequeños emprendedores”. Después conversamos con mi familia y nos inscribimos. Ahí me comenzaron a prestar plata. Me acuerdo que eran como 100 mil pesos y con el tiempo fui cumpliendo etapas. Es una gran ayuda para quien está empezando cuando no hay capital. No podemos ir a los bancos, no tenemos ningún respaldo.

En una reunión, un miembro de la Fundación Crecer dijo: “Ustedes son valientes porque ustedes tienen la ambición de tener su negocio, por muy pequeño que sea”. A mí me quedó grabada esa frase en la mente: “Ustedes son valientes”.

Llevo 35 años en el rubro del pan. Este trabajo me hace feliz. Veo que a la gente le gusta, que dice “¡Qué rico su pan!” o “Usted es el único que vende pan fresquito”. Tengo la expectativa de algún día comprar esta casa donde funciona mi amasandería. Ése es mi sueño. Yo me encuentro valiente y voy a seguir luchando hasta llegar a la meta. Cuando uno llega, va y ve qué hay más adelante porque uno siempre aspira a más..

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